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Un viaje espiritual desde la atención

Somos la generación de la falta de atención, no nos aguantamos un video de más de un minuto, estamos pasando cada 4 segundos de una foto a otra, de un tuit a otro (es posible que tú ya estés pensando en dejar de leer este artículo y pasar a contestar ese mensaje de Whatsapp), el punto es: cambiamos de actividad constantemente. La publicidad se pelea nuestra atención, cuenta por segundos cuánto tiempo estuvimos mirando una foto, 3 segundos ya demuestra interés, sí: tres segundos. 

 

 

Seguro te ha pasado que estás a punto de hacer algo y terminas 2 horas en Tik-tok o que mientras alguien te cuenta algo en mitad de una cena sientes la imperiosa necesidad de mirar tu celular a ver qué está pasando en Instagram, o simplemente recibir información visual de otro tipo, más que el paisaje estático de tu acompañante.  

Este bombardeo de estímulos, la mayoría de estos totalmente insulsos, no solo nos puede estar afectando nuestra relación con otros y nuestra productividad, sino que podría estarnos alejando de nuestra dimensión espiritual. Es tiempo de parar, de detenernos.  

Sí, según William James, en su libro Principios de psicología

“Sólo aquello a lo que pongo atención se vuelve parte de mí y configura mi mundo. Aquello a lo que pongo mucha atención, en cantidad y calidad es aquello capaz de cambiarme”. 

 

Y no estamos hablando de ir a “desconectarnos” a un paisaje paradisiaco para revivir la capacidad de contemplación, no, precisamente se trata de observar con detenimiento lo que nos rodea, la cotidianidad, lo que tenemos a mano y maravillarnos, no es gratuito que otro de los significados de contemplar sea reflexionar.  

Es decir, cuando nuestra mente está enfocada le da señales a nuestro sistema nervioso de que eso que estamos viendo es importante, y cuando se trata de algo que “siempre estuvo ahí” nos lleva a valorarlo desde el presente y nos invita a perdernos- o mejor encontrarnos- en ese instante.  

Según la filósofa francesa Simone Weil, la forma en que miramos las cosas, es esencial en nuestra experiencia del mundo. Al mirar las cosas desde el apego, nuestro mundo será pesado y disminuido, será un mundo pequeño lleno de dramas irreparables y problemas sin solución, pero al ver las cosas sin ese apego, sin esa densidad en la que somos el centro del mundo, sin ese deseo de poseer, accedemos a la realidad o como ella lo llama “lo bello y luminoso”.  

  

Eso “bello y luminoso” es un estado gracia, una conexión con lo divino, donde se une la observación con la espiritualidad, en palabras de Weil “para conectarse con lo espiritual sólo se requiere la atención, esa atención que es tan plena que hace que el yo desaparezca. Privar de la luz de la atención a todo aquello que denomino yo, y dirigirla a lo inconcebible". 

  

La misma Simone leyó un poema con tal atención, una atención tan intensa, que logró una experiencia mística que según sus palabras “purificó su mente y abrió un camino al influjo con lo divino”. De ahí viene su especial interés en el tema. 

  

Tenemos la falsa idea de que la espiritualidad es una forma de escape de la realidad, cuando realmente la atención sostenida sobre nuestro presente es la herramienta esencial para transformarnos. Basar nuestra espiritualidad en un estado y un escenario metafísico intangible, imaginémonos aquí levitando en mitad de las nubes es un cliché inventado por las películas y los falsos gurús.  

Así que la invitación es a observar y a poner atención, a detenerse un buen tiempo y enfocarse y así lograr sentir y conectarnos con “la fuente”, que bien puede ser llamado Dios, y vivir esa experiencia espiritual desde la pausa y el foco en lo que nos importa, maravillándonos con lo inexplicable y experimentando los detalles que nos entrega la vida.  

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